lunes, 10 de noviembre de 2014

La rebelión contra la ciencia en el final del siglo XX, por Bartolomé Tiscornia

La lectura de “Einstein, historia y otras pasiones”, de Gerald Holton, me movió a subir a esta página su análisis de las consecuencias de la Rebelión Romántica y sus herederos, contra el progreso de la ciencia. Lo que sigue, pues, no tiene otro mérito que ser un intento de divulgación para mis amigos.
Al decir de Holton, la ciencia puede conducir a un conocimiento que es progresivamente mejorable, universalmente accesible en principio, está basado en el pensamiento racional y es potencialmente valioso para la sociedad en general.-
Lamentablemente la contracultura de la post-modernidad y de la new age que afirma el “final del progreso”, implica una rebelión recurrente – y no pasajera – contra los presupuestos de la civilización occidental provenientes de la Ilustración. Esta rebelión ha invadido la educación, la opinión pública y repercute negativamente en el apoyo de la ciencia.
La última visión francamente optimista sobre el papel de la ciencia en la civilización puede situarse con el informe Vannevar Busch –director de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico- realizado por un trust de cerebros ante un pedido de Roosevelt en 1944. Este informe fue la base para el apoyo a la ciencia durante las décadas posteriores y la euforia recién se detiene con el fracaso de Vietnam. Hasta entonces se vio “a la ciencia y a la diplomacia como aliados naturales al servicio del ideal de poder e instrucción de la política en conjunto”, formando parte del sueño americano que se remontaba a Benjamín Franklin.
Como antecedente de la actual contracultura que se origina en la rebelión del Romanticismo, ocupa un lugar central Oswald Spengler -La decadencia de Occidente- y su influencia en pensadores como Toynbee y Lewis Munford. El pensamiento de Spengler respecto de la razón y el conocimiento, es sustituido por la intuición, llegando a sostener que la tecnología terminará con minar la sociedad de Occidente, prediciendo el triunfo primero comercial y luego militar de Oriente.
Las reacciones no se hacen esperar -Circulo de Viena, Karl Popper- pero ya siempre conviviendo con ataques, o lo que es peor, con desnaturalizaciones del sentido de la ciencia.
Como dice Isaiah Berlin, la Rebelión Romántica ha ido socavando los pilares de la tradición Occidental ofreciendo como alternativa “la autoafirmación romántica, el nacionalismo, el culto a los héroes y los líderes, y al final... fascismo e irracionalismo brutal y la opresión de las minorias”. En ausencia de reglas objetivas las nuevas reglas las hacen los propios rebeldes: “Los fines no son valores objetivos... Los fines no son descubiertos en absoluto, sino construidos, no se encuentran sino que se crean” (los subrayados son míos).
Así la Rebelión Romántica llega a inspirar la política del Estado: la ciencia aria consistía en un constructo social de modo que la herencia racial del observador “afectaba directamente la perspectiva de su trabajo”. De ahí que los científicos de razas indeseables no resultarán admisibles y solo se podría escuchar a aquéllos que estuvieran en sintonía con las masas, el “völk”. La física debía ser reinterpretada para relacionarla no con la materia sino con el espíritu, descartándose así la objetividad y la internacionalidad de la ciencia.
Los excesos nazis y stalinianos provocan paradójicamente un fortalecimiento de la anticiencia. Como dice Berlin la relación entre la ciencia y totalitarismo recibe ahora una interpretación mucho más siniestra: las dos llegan a estar relacionadas directa y causalmente.
La máxima paradoja es que nada menos que Vaclav Hàvel, el poeta, dramaturgo, combatiente de la resistencia contra la opresión stalinista y hombre de estado Checo, es quien más influye en el retaceo del apoyo a la ciencia que EEUU adopta a partir de 1944. En efecto, Hàvel sostiene que el totalitarismo de nuestra época fue el perverso resultado final de una corriente de ideas encarnada en el propio programa de la ciencia. La muerte del comunismo marcó el fin de una era, la muerte del pensamiento basado en la objetividad científica. La propia ciencia moderna es la que ha sido el agente fatal de la era moderna .
El problema es que quien más profundamente quedó afectado por el ensayo de Hàvel fue el Presidente del Comité para la Ciencia, el Espacio y la Tecnología del Congreso de los Estados Unidos, que había sido gran defensor de la ciencia durante su larga permanencia en la Cámara de Representantes: George E. Brown Jr.- A partir de su lectura invirtió su posición y escribió “La crisis de la objetividad: reconsiderando el papel de la ciencia en la sociedad” que presentó en la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.
Sin advertir que se estaba acercando a la solución “völkische”, ensayada también en la Revolución Cultural maoísta, Brown rechaza la visión de Vannevar Busch, negando que la ciencia pueda ocupar un lugar en el centro de la cultura moderna.
A partir de allí los efectos prácticos no han tardado en manifestarse: el nuevo Congreso, elegido en 1994, recorta drásticamente el apoyo que la ciencia había disfrutado durante más de cinco décadas.
No quiero terminar estas líneas con una visión pesimista sobre el futuro de la ciencia, generalizando la errónea posición adoptada por la administración de la mayor potencia mundial. Por eso trataré de ver la parte llena del vaso citando una vez más a Gerald Holton:
“Cuando las generaciones futuras vuelvan la vista a nuestros días, envidiarán a nuestra generación por haber vivido en una época de brillantes logros en muchos campos, y no menos en ciencia y tecnología. Estamos en el umbral del conocimiento básico respecto a los orígenes de la vida y del propio universo. Nos hallamos cerca de una comprensión de los constituyentes fundamentales de la materia, de los procesos mediante los que trabaja el cerebro, y de los factores que rigen la conducta. Iniciamos la exploración física del espacio y hemos empezado a ver cómo vencer el hambre y la enfermedad a gran escala.”

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